El Camino de Santiago, sea cual sea la ruta o tramo elegido, contendrá tres fases, por las cuales inevitablemente hemos de pasar: Los dolores físicos, los dolores del alma y la plenitud.
Cuando arrancamos nuestro Camino, tanto nuestras fuerzas como nuestro estado de ánimo están en su apogeo y, aunque tengamos ciertas dudas sobre nuestra capacidad, tenemos claro que cumpliremos nuestro objetivo como peregrinos.
Nuestro primer día tendrá una marcha jovial, a un ritmo algo más rápido del adecuado para no tener problemas futuros y emplearemos mucho tiempo en hacer fotos, sellar en cada punto nuestra recién estrenada credencial, hablar con nuestros compañeros de grupo sin parar, querer verlo todo y admirar cuanto nos rodea.
Es, en esta ruta iniciática que es el Camino de Santiago, la parte que se corresponde con la juventud, en la que nos sentimos fuertes, invulnerables, es el momento en que pensamos que podemos con todo.
Al finalizar el primer día, el cansancio nos es ya evidente y, si no hemos caminado bien y nuestro ritmo no ha sido el adecuado, podemos empezar a sentir el nacimiento de alguna pequeña rozadura o ampolla. Nunca insistiré los suficiente, en la indicación de hacer caso al guía, el es experto y sabe cuál es el ritmo conveniente y, donde y cada cuanto hay que parar en función de las condiciones del grupo.
Una vez finalizada la etapa, si el alojamiento es el adecuado, tras una buena ducha y algo de descanso, el ánimo se sigue mostrando intacto. Es el momento de la charla, de los comentarios sobre la etapa.
Al día siguiente, al levantarse, los músculos empiezan a hacer acto de presencia. Pequeños músculos de los cuales siempre hemos ignorado su existencia se hacen patentes y nos saludan en forma de alguna molestia, aunque nada significativo.
Esta segunda etapa nos va a ir iniciando de lleno en la primera de las fases, la de los dolores físicos.
A casi todos, salvo los que hacen senderismo de forma habitual, el paso de los kilómetros se le van haciendo evidentes en las piernas y, las pequeñas molestias que habíamos tenido el día anterior son algo más constante. La etapa se nos hace larga y en los últimos kilómetros nuestro único deseo es, llegar.
Estamos inmersos en la fase de los dolores físicos y nuestras dudas empiezan a surgir a la vez que tomamos conciencia de nuestro cuerpo, al cual en el día a día de nuestra vida no podemos prestar atención, ahora se nos manifiesta.
Ya no nos sentimos tan fuertes y desde luego, ya no caminamos tan rápido. Ahora hemos pausado el ritmo y no nos detenemos a hacer tantas fotos.
Empezamos a recorrer la senda iniciática de la madurez, cuando empezamos a ser conscientes de que nuestras fuerzas no son ilimitadas y que no podemos con todo.
Por otra parte, con nuestros compañeros ya hemos avanzado en nuestras conversaciones, muchas horas en su compañía nos hacen ser más abiertos y contar algo más de dónde y en que trabajamos.
A partir de la tercera etapa, a través de nuestras molestias físicas, iniciaremos el camino de los dolores del alma.
Es el no encontrarnos tan fuertes, el sentir molestias, lo que nos irá llevando a prestar menos atención a lo exterior, al paisaje, a lo que nos rodea para iniciar el camino hacia nosotros mismos.
En estas etapas, la conversación es con nosotros mismos. Es el momento de pensar, de caminar ensimismados en nuestros pensamientos, algo que en nuestra actividad diaria no tiene mucho hueco, aquí y ahora, le dedicamos muchas horas al día y eso puede removernos algo por dentro, incluso molestar. Todo eso que teníamos callado en nuestro interior por molesto, ahora sale para que lo podamos limpiar.
También las conversaciones con nuestros compañeros de grupo cambian, se habla de temas que nos hubieran parecido imposible de mantener, con quienes hasta hace dos días, eran completos desconocidos.
En el alojamiento aprovechamos más todo. Gozar de una buena habitación donde descansar, de una ducha reparadora sin prisas, de la tranquilidad de una casa rural donde la paz es patente y por supuesto de una buena cena, donde ahora, con los nuevos amigos, compartimos algo más que la etapa diaria.
Estamos en el punto de la madurez en nuestro iniciático Camino. Somos cada vez más conscientes de lo que podemos y de lo que queremos.
Según nos acercamos a Santiago, cada vez nos encontramos más relajados, más en paz. Ya las molestias han dejado de tener fuerza, ahora sabemos que a Santiago se llega, no tanto por la fuerza de las piernas como por la voluntad de nuestra mente y la fuerza de nuestro corazón.
Hemos iniciado la tercera fase, la de la plenitud, la de la alegría que nos conducirá hasta Santiago.
La ruta se llena de alegría, sabemos que vamos a llegar y cada rampa, cada esfuerzo, ya solo es un pequeño impedimento. Nuestra conversación es alegre, esa alegría que nace de nuestra recién adquirida paz interior.
Es una alegría que nos empuja pero que también nos hace sentir por algo que termina y que ahora no quisiéramos que terminara.
Hemos llegado a la madurez completa en el Camino, donde se valoran los esfuerzos con los logros obtenidos, cuando podemos apreciar y valorar nuestro tránsito, como en nuestra propia vida.
La entrada en Santiago es un cúmulo de emociones. La satisfacción personal, el orgullo de lo realizado, todos los sentimientos se nos vienen encima, causando tan profundas emociones que no son pocos los peregrinos que no pueden contener el llanto frente a la Catedral
El estado de ánimo es tan elevado, que nadie recuerda sus dolores ni sus molestias, nadie se encuentra cansado y solo las ganas de sentir la vida, de forma tan intensa como se vive en Santiago nos empuja a estar metidos en el vibrante gentío que se encuentra en sus calles.
Hoy nos hemos merecido un festejo y en esta población eso es bastante fácil de conseguir a gusto de cualquier comensal.
Nos reta el último día, la asistencia a la Misa del Peregrino, donde terminará nuestra iniciación y nuestro Camino. Bueno momento para dar gracias por haber llegado y terminado nuestra peregrinación.