viernes, 12 de agosto de 2011

Llegar a Santiago

LLEGAR A SANTIAGO
Nuevamente, como cada año, en la época estival los peregrinos vuelven a llegar a Santiago de Compostela de forma numerosa, como una riada, que después de numerosos días de esfuerzo en el Camino por fin les lleva al pie de la Catedral.
Reconozco, que a pesar de haber llegado en numerosas ocasiones, cada vez siento el mismo hormigueo, la misma grata satisfacción, la misma mezcla de alegría y paz. Siempre se renueva algo en mí en cada uno de los caminos emprendidos.
No creo que nadie sea capaz de definir correctamente el Camino, es demasiado íntimo y profundo como para poder tasarlo con palabras exactas. Es un estado, un sentimiento de plenitud, de paz, el que te llena y quizás sea ese espíritu, el que impulsa a tantos y tantos peregrinos a continuar su marcha con los pies llenos de ampollas, cuando en circunstancias normales abandonarían para ir a casa. Quizás sea como definió uno de los peregrinos argentinos que llevamos en un grupo hasta Santiago “una experiencia de vida”. Probablemente, el mayor de los retos que supone el Camino sea el enfrentarse a uno mismo, ver sus límites y su capacidad de aguantar las molestias, el Sol, la lluvia, el cansancio e incluso el dolor, de acostumbrarse a vivir cada día con pocas cosas y saber que cada día tiene una meta y que para alcanzarla se precisa únicamente de la voluntad de acometerlo.  
Siempre he mantenido y, ahora con la experiencia de haber llevado a grupos de peregrinos de diferentes edades y condiciones, me reafirmo que el Camino se hace más con el corazón y la voluntad que con las piernas. No, no es la condición física la que te lleva a Santiago, es la voluntad de llegar la que hace que cada día seas capaz de caminar con independencia de las molestias, dolores o ampollas.
Es esa voluntad que te impulsa, la que te define como persona, es esa voluntad que se crece con las dificultades la que te hace avanzar en el Camino y, es esa misma voluntad la que al llegar a Santiago recibe un premio siempre mayor al esperado, el premio de la plenitud, de la paz, de una tranquilidad y alegría que no te hace desear ninguna otra cosa.
No es extraño ver como los peregrinos que llegan a Santiago rompen a llorar al verse en la plaza frente a la Catedral. Tantos sentimientos acumulados durante días, tanto ánimo para caminar a pesar del dolor o de las inclemencias del tiempo, todo eclosiona en ese instante y solo ahí, en ese momento, una calidez interna te llena y serias capaz de abrazar a cada uno de los peregrinos de la plaza para compartir con ellos tanta emoción y alegría.

No hay comentarios:

Publicar un comentario